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Tribuna Libre
INCAA, ese oscuro objeto del deseo
Por qué la sociedad se obsesiona por y discute tanto del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales y no de otros organismo oficiales.
Este texto es una suerte de continuación de las columnas El INCAA de Schrödinger (reflexiones sobre el cine argentino) y Un cine “perfecto” (las películas argentinas pierden su diversidad e identidad en la era de los algoritmos), ambas del mismo autor.
El INCAA es como Cuba: no deja indiferente a nadie.
No hay otro organismo público que magnetice tanto a la ciudadanía, que despierte tantas pasiones. Tal vez solo superado por la AFIP (ahora ARCA), pero -en última instancia- todos tenemos que pagar impuestos y, en mayor o menor medida, vincularnos con esa entidad.
Las primeras películas que produje se hicieron sin apoyo del INCAA. En ese momento, no entendía bien cómo funcionaba el Instituto y, por otro lado, eran proyectos que terminaban encontrando su forma con modelos de producción alternativos.
Mis primeras interacciones con el INCAA fueron hace más de 15 años. Un día me presenté en Lima 319 para inscribirme como productor. Había que ser como mínimo monotributista y tener dado de alta el impuesto a los Ingresos Brutos. Fue mi primer encuentro con la administración pública. Al introducirme dentro del sistema aprendí una primera y valiosa lección: si uno va a trabajar con fondos del Estado tiene que entender las responsabilidades impositivas y legales que eso implica.
En mi lectura de la relación entre el INCAA y el sector cinematográfico puedo ver directores, productores y técnicos que se construyen a sí mismos en contra del Instituto a la vez que otros utilizan los recursos que ofrece. Tanto por la positiva como por la negativa, el INCAA siempre ocupa un lugar central.
A lo largo de los años asistí a cientos de debates en vivo, por escrito, en aulas y otros espacios de discusión sobre hacer películas con o sin apoyo del INCAA. En la Argentina se hacen películas siguiendo un esquema o el otro, modelos de producción que no son tan distintos entre sí pero que de todos modos son motores de polémicas y discusiones acaloradas. Es curioso: si yo hago una película con apoyo del Instituto puedo, y voy a necesitar al mismo tiempo contar con las otras herramientas financieras que existen tanto dentro del territorio nacional como en el extranjero. Por mencionar algunas: fondos de ayuda, coproducciones, preventas, aportes privados, entre otros recursos. De más está decir que contar con el apoyo estatal implica rendir los costos de producción, contratar recursos humanos en relación de dependencia y otras exigencias que, desde mi perspectiva, son totalmente lógicas.
Mi curiosidad se incrementa cuando noto que el INCAA no es sólo un objeto de deseo de la comunidad cinematográfica sino que a los ciudadanos -que se dedican a cualquier otra actividad- también les interesa mucho qué sucede con el Instituto. Entiendo que esta obsesión es de larga data, esa aversión no es un descubrimiento reciente. Desde hace años que en los medios se viene construyendo una imagen poco feliz del INCAA, más allá del color político del gobierno de turno. El cine y el Instituto llaman la atención del ojo ajeno: la gente quiere hundir las uñas en el asunto sin importar si tiene algún conocimiento de causa. El objetivo es no quedarse afuera de una discusión que se parece mucho a un fusilamiento.
Lo puedo entender: el cine es una actividad vistosa, hay actores y actrices, cierto glamour, pero, principalmente, percibo una mirada externa que identifica -y juzga- un supuesto goce que encontramos las personas que nos dedicamos a la actividad cinematográfica. Tal vez ahí anide cierto resentimiento.
En los próximos días se desarrollará el Festival de Mar del Plata. La presente edición, organizada por la gestión actual del INCAA, no cuenta con el equipo estable de programadores formado desde hace varios años ni con la mayoría de los trabajadores que participaron en el pasado reciente. Mar del Plata parece haber sido colonizado por una fuerza extraña, como una adaptación de Invasión de los usurpadores de cuerpos. El festival a simple vista parece normal, pero la realidad demostrará que el evento es conducido por seres con intenciones muy poco nobles. Será un festival hecho por una Inteligencia Artificial, ajeno a su Historia. No me extrañaría que terminemos viviendo una versión sci-fi de poco vuelo de nuestro querido Mar del Plata.
Mientras suceda el festival oficial se realizará Contracampo, una acción política ideada en defensa del cine nacional, una resistencia organizada por diferentes colegas del sector. Durante esos días se exhibirán películas y también se harán conversaciones abiertas con el público sobre diferentes asuntos: los festivales de cine, la preservación de películas, y, desde ya, una conversación sobre el nunca bien ponderado Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales. El objeto de la conversación será dialogar sobre qué INCAA queremos. Una consigna muy difícil de responder, al menos para mi.
Considero que habría que encarar el asunto desde dos perspectivas: una hacia dentro y otra hacia la comunidad. Preguntarnos cómo hacer para que el INCAA no sea atacado regularmente, convirtiendo a nuestro trabajo en una carrera de obstáculos. Y, también, entender que el juego cambió y, por lo tanto, es inútil pretender el regreso de lo ya vivido. En lo personal, abogo por un INCAA federal y proteccionista que perciba ingresos de las plataformas, aggiornando de esta manera las ideas planteadas en la reforma de la Ley de Cine de 1994. Entiendo que no son tan difíciles de reparar los conflictos que nublan al Instituto; en todo caso, la complejidad es la misma que tiene cualquier decisión basada en la voluntad política. Si existe un consenso y un poder que lo promueva se puede llevar adelante. Hoy en día no contamos con ese apoyo, lo que nos ubica en un lugar preocupante, pero ese miedo no debe confundirnos.
Este gobierno ha reducido al INCAA a su mínima expresión, pero no lo cierra. El poder parece estar diciendo: traiganmelo vivo. Porque, finalmente, si lo matan, ¿a quién vamos a odiar?
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