Columnistas
El INCAA de Schrödinger (reflexiones sobre el cine argentino)
Por Pablo Chernov
El productor de películas como Todos mienten, Papirosen, Los dueños, Esto no es un golpe, La vida en común, La dosis, Camuflaje, La vida a oscuras o Clara se pierde en el bosque y docente de la FUC analiza la coyuntura del cine nacional.
Hace 15 años que articulo dos actividades: la producción audiovisual y la docencia en la Universidad del Cine (FUC), donde también me formé.
Soy Profesor Adjunto de Producción Ejecutiva y de Producción Documental. La primera materia pertenece a la carrera de grado y la segunda, a la de Maestría Documental. Si bien los contenidos no son técnicos como en Iluminación y Cámara, Montaje o Sonido, donde los avances tecnológicos modifican los contenidos curriculares, en el caso de la producción esas alteraciones, por lo general, provienen de la coyuntura política y económica que atraviesa la Argentina en un momento determinado. Uno produce películas en un contexto particular.
Los conocimientos que impartimos en clase provienen de la experiencia de trabajo, de las lecturas y películas que uno ha visto y de la bibliografía específica. Pero esto no implica que los docentes sepamos todo. Se puede -y se debe- dudar sobre ciertos temas: ya sea por desconocimiento o por las modificaciones a las cuales estamos sujetos de forma cotidiana. Además, dar clases es también un aprendizaje para el docente, siempre existe una retroalimentación con los estudiantes. Parafraseando a Isaak Babel, (No) Debes saber todo.
La mayoría de los temas que doy en clase a lo largo del año son aburridos para una buena parte de los estudiantes: en mis materias se habla de financiación, de sindicatos, de presentaciones y hasta de contabilidad. Temas que, posiblemente, un estudiante de cine jamás creyó enfrentar al elegir esta carrera. La forma que encontré para abordar estos asuntos se materializó en el cruce con anécdotas, historias personales que sirven para ilustrar la presentación a un fondo, una rendición de costos o la negociación de un contrato. Estos relatos no son solo para ayudar a los estudiantes, primero fueron las herramientas que yo mismo encontré para enfrentar estas responsabilidades, muchas veces hay que inventar(se) una aventura para poder sobrevivir a la vida cotidiana. En mis clases el abordaje suele ser el del sobreviviente: el que volvió para contarla.
La idea de combinar experiencias y contenidos curriculares no es nueva, pero es una fórmula que también me permite humanizar ciertos aspectos de mi trabajo, lograr empatizar con el otro y esto es la clave para mi actividad: producir cine es trabajar con personas.
En este sentido, mi principal dificultad en clase suele ser humanizar al Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), lograr transmitirle a los estudiantes que el organismo, como me gusta decirle, es un espacio donde trabajan personas y no el eje del mal, como a veces es caracterizado tanto por estudiantes como por el público en general.
Las clases vinculadas al INCAA y su funcionamiento son pocas, unas tres o cuatro al año y cuando doy la primera empiezo con una breve cronología: desde la década de 1940, con los primeros esbozos de legislación cinematográfica, pasando por la década de 1960 con la promulgación de la Ley de Cine y más adelante salto hasta 1994 cuando se modificó esa ley y el INCAA cambió para siempre. Ese año se incorpora el Subsidio de Medios Electrónicos que, junto con otros factores fundamentales, posibilitó el advenimiento del Nuevo Cine Argentino de fines de los años '90.
Considero que es fundamental establecer esta línea de tiempo, en la medida que deja muy en claro que en este país existe una tradición cinematográfica fuerte que atraviesa el siglo XX y llega hasta el día de hoy. Esa tradición es el resultado de políticas culturales sostenidas en el tiempo, por décadas. Todos los países que deciden tener un cine nacional tienen mecanismos estatales de fomento.
Hay ciertos derechos adquiridos que muchas veces damos por sentado, tal vez imaginamos que aparecieron por generación espontánea o a través de algún mecanismo azaroso. Tener un Instituto de Cine que habilita la presentación de proyectos cualquier día del año -la llamada Ventanilla Continua-, comités que evalúen la viabilidad de cada proyecto presentado sin cupo de ganadores y que una vez aprobados obtengan el derecho a percibir un subsidio atado al costo de producción de cada película, sumado a que el INCAA no tiene injerencia en las decisiones estéticas ni de producción -salvo rendir los costos y pagar los mínimos sindicales-, es una muestra evidente de un sistema generoso y resultadista, materializado a partir de una larga cadena de decisiones.
Cada vez que hablamos en clase sobre el organismo me quedo con una sensación positiva. Nuestro sistema es virtuoso, funciona y posibilita la existencia de cientos de películas cada año, da trabajo a miles de personas y unas 15 o 20 películas argentinas compiten y ganan premios en los festivales más importantes del mundo. Lógicamente también hay problemas dentro del Instituto, cualquier productor o productora de cine lo sabe. Por otro lado, no existe un país -o una actividad- que únicamente entregue obras maestras, para llegar a esos casos de éxito tiene que haber fracasos, mediocridades y otros fenómenos que también son parte de un cine nacional.
Además, siempre se puede defender un cine malo desde el consumo irónico o desde el punto de vista industrial: esas películas también involucraron un proceso de trabajo, contribuyeron a la economía, movieron la rueda.
Muchos de mis estudiantes son extranjeros, algunos recién llegados a Buenos Aires y, cuando hablamos del INCAA, la mayoría se sorprende porque en sus países no existe un sistema de fomento estatal automático como el argentino. En otros lugares todo es concursable y por lo tanto se hacen menos películas. A veces hay que alejarse un poco para ver algo, como dijo una vez un director que admiro. Y puede ser que esa falta de distancia nos complique la lectura sobre lo que está sucediendo.
Este año, por primera vez, tuve que incluir un prólogo a la introducción. Mi clase sobre el funcionamiento del INCAA llegó justo en un momento de alta incertidumbre, con una gestión autodestructiva, donde los derechos adquiridos por nuestro sector se encuentran en serio peligro. Antes de entrar en tema tuve que avisar que lo que estábamos por ver ya no existe como tal; al mismo tiempo, como no sabemos qué vendrá en el futuro cercano, tenemos que volver a lo conocido: el INCAA como funcionaba hasta hace unos pocos meses.
Ese estatus incierto del INCAA me hace pensar en la paradoja del Gato de Schrödinger donde el gato en cuestión puede estar vivo y muerto al mismo tiempo. Para mi pesar cuando dije: “... el INCAA de Schrödinger...” nadie se rió. A veces las anécdotas naufragan, o tal vez fue mi mala pronunciación.
La incertidumbre actual, que no afecta únicamente al sector cultural sino, al país en general, nos pone en un lugar muy incómodo y complejo. Nos enfrenta a una pregunta difícil de abordar: ¿Cómo seguir haciendo películas en este contexto?
Y una segunda incógnita: para qué estudiar -y enseñar- cine en un país donde el fomento a la actividad parece estar viendo sus últimos días; con el agravante de una gestión actual que se jacta de ahorrar dinero a través de los despidos, la suspensión de apoyos y otras herramientas que son la razón de ser del Instituto. Tal vez haya que seguir el ejemplo de las propias películas argentinas que, aún en contextos de crisis, terminan siendo realizadas: el gesto de hacer cine hoy en día también puede ser poderoso.
Hace unos pocos días, al terminar mi última clase sobre el funcionamiento del INCAA, un estudiante se acercó y me dijo:
-Profe, esta clase ha sido inspiradora y triste al mismo tiempo.
Más información:
Sobre "Es solo una película: El cine según Martín Rejtman", libro de Pablo Chernov (coautor)
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